Gran Sabana no postal

Mi madre siempre dice que vivo "en el fin del mundo". Yo vivo en la Gran Sabana, en el sureste extremo de Venezuela, en un sitio tan distante
y tan distinto que hasta se me ocurrió quedarme a vivir. Los invito a conocer esa Sabana que experimento en mi cotianidad: la Gran Sabana no postal.

lunes, 13 de abril de 2015

A Yunek en bicicleta

Yunek es una comunidad indígena pemón, amurallada por los tepui de la cordillera central, en el corazón del Parque Nacional Canaima. Se trata de un sitio tan recóndito que ni siquiera la mayoría de los nativos conoce. Para llegar allá hay que cruzar, navegando, media docenas de ríos de mediano y gran caudal, lo que impide realizar la travesía por tierra. Por eso, el acceso suele ser aéreo, caminando o como en este caso, en bicicleta. Fotografía de Gabriel Torres, intervenida por Tewarhi Scott



A Yunek se puede llegar por aire, pero el pasaje de ida o de vuelta cuesta 10 mil bolívares o más. La avioneta, que sale desde Santa Elena de Uairen, si hay pasajeros, no se mueve por menos de 50 mil.

Yunek es una comunidad indígena pemón, amurallada por media docena de tepui, en el centro del Parque Nacional Canaima, en un sitio tan recóndito que ni siquiera la mayoría de los nativos conoce.

Ricardo Capriles, Gabriel Torres,  y Tewarhi Scott hicieron el recorrido en bicicleta. Tres días para ir y dos días más para regresar. Se propusieron conocer la ruta y llevar turistas, pocos, sin excesos, sin basura, con conciencia. Pero hacerlo en carro resulta prácticamente imposible por los ríos que hay que cruzar.

Este es el relato de viaje de Tewarhi Scott, un no indígena nativo de Peraitepui, a 40 kilómetros de Santa Elena, quien al dejar atrás los territorios a donde llegan las carreteras de tierra se dio cuenta de que apenas conocía la Sabana que lo vio nacer. “Ante Yunek, Roraima palidece, palidece”, repite.

La noche anterior distribuyeron sus equipajes: comida, utensilios de cocina, primeros auxilios, una cámara, hamacas, sacos de dormir y una o dos mudas de ropa por cada uno de ellos.

Día 1
Corría el último lunes de enero. Subieron las bicis, los morrales y los paquetes a la parrilla sobre el techo del rústico que contrataron y comenzaron la travesía.

Para ir a Apoipó se toma la carretera que conecta la Troncal 10 con las comunidades sobre el eje que lleva a El Paují e Ikabarú. El asfalto termina en Akurita, a no más 30 kilómetros de Santa Elena, la capital del municipio Gran Sabana en el sureste profundo de Venezuela.

Desde Akurita restan poco menos de hora y media de grietas, peñascos, grava roja, polvo indomable en verano y a un lado y al otro la selva, eventualmente transgredida por una mina o un saque de granza, un ejército de árboles siempre al acecho como tratando de emboscar a aquella vía tan ajena.

No todos los choferes van a Apoipó, el camino es malo y la pendiente que sube y baja antes de llegar a la comunidad es aún peor -pronunciada, escabrosa, arcillosa, resbaladiza apenas se moja- pero William los llevó sin retrasos hasta el puerto sobre el Kukenán.

Apoipó es una comunidad indígena ubicada muy cerca de la desembocadura del río Surukún sobre el Kukenán. Hasta hace poco más o poco menos de una década y media, los de Apoió se dedicaban al conuco, a la caza, a la pesca, pero luego comenzó a crecer la mina, a escasos kilómetros del pueblo.

La mayoría de sus 980 habitantes son adventistas, todos deben cumplir con estrictas normas de comportamiento y, por supuesto, guardar el sábado desde que sale el sol hasta su ocaso.

Ese día de enero, el boquete sobre la sabana alcanzaba un espacio de al menos cuatro kilómetros. Nada de capa vegetal, sólo arena y aguas estancadas. Al menos nueve equipos mineros disparaban sus chorros contra el suelo en donde se esconden el oro y el diamante.

Un kilómetro y medio más allá de la mina consiguieron el puerto sobre el Kukenán, cruzaron navegando unos minutos río arriba y desembarcaron.

Rodaron cerca de 30 kilómetros, a ratos bajaban y a ratos comenzaban a subir. Les llegó la noche. “Cuñao, cuñao”, gritaron desde la orilla del río con cuyas aguas lodosas volvieron a toparse. Los pemón suelen llamarse entre ellos “yesé” es decir cuñado. En la margen opuesta, brillaban las bombillas de Pampatá Merú y sonaba el run run de las plantas eléctricas.

A pesar del ruido, los escucharon, los cruzaron en kuriara y con linternas. Al descender, ya estaban en Pampatá Merú, una comunidad indígena compuesta por 420 personas, ubicada muy cerca del sitio en donde el Kukenán se une al Aponwao. Alguien les alquiló su cocina y allí cocinaron, devoraron la cena más deliciosa del mundo, colgaron las hamacas y cayeron rendidos.

Día 2
“Ese, el de Pampatá Merú, es el amanecer más bonito que he visto.”, recuerda Tewarhi. De acuerdo con la fotografía de aquel instante, la palabra para describirlo tiene que ser sublime, nada de dramatismos, un arco naranja sobre el horizonte y una franja agua marina sobre el resto del cielo.

Al día siguiente, se dieron cuenta de que el fogón estaba armado sobre varias turbinas mineras. Algunos lugareños trabajan en balsas, empleando el llamado método ecológico, pues sólo remueven el lecho del río, no tocan la sabana y las corrientes se encargan de regresar el material a su lugar.

Se deslumbraron ante el amanecer, desayunaron y nuevamente echaron a andar una pica trazada sobre un terreno que parecía de material ferroso. Lo llamaron el bosque de hierro. 

Se toparon con tres carros que hace tiempo llegaron a estos predios y con varias motos chinas pilotadas por hombres pemón. Alguna vez, esos carros debieron cruzar los ríos sobre chalanas hechas de tambores.

En estos confines, el litro de gasolina cuesta entre 350 a 500 bolívares, mientras más lejos más sube el precio del combustible y lo mismo sucede con los cruces de río, con la farinha, con el casabe, con el pescado, con los cigarrillos, con los refrescos y con todo lo demás.

A dos kilómetros de la comunidad, cruzaron el Caroní, producto de la unión reciente del Kukenán, que se desborda a través de un rápido y el Aponwao, que lo recibe en su lecho ancho y apacible.

La corriente separa a las zonas no protegidas de las áreas resguardadas por las leyes. Del otro lado del cauce, los tres comenzaron a pedalear sobre las sabanas del Parque Nacional Canaima, un espacio declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.

Cuando el sol se colocó en vertical sobre sus cabezas, los ciclistas se toparon con el Da Merú, un salto que parece un velo, un tul tejido por miles de diminutos hilos de agua y abajo una poza extraordinaria.

Esa tarde, llegaron al paso del Wonkén, el río cuyas aguas dan también electricidad a la comunidad en donde se encuentra una de las misiones católicas más antiguas de la Gran Sabana (1957).

Afortunadamente, lograron cruzar junto a las bicicletas caminando sobre las piedras. En pemón won es el nombre de una especie de alga, una pelusa vegetal picante y ken es el vocablo alusivo a la confluencia de dos ríos. Wonken significa confluencia de los ríos en donde hay pelusas picantes.

Eran como las cinco, las mujeres del pueblo estaban lavando, les advertían que podían caerse y se reían.

Esa noche durmieron en Wonkén, les prestaron el local (de media pared) en donde la comunidad hace sus asambleas y cocinaron en la casa de una de las maestras, se deleitaron con el menú, colgaron sus hamacas y cayeron hasta el día siguiente.

Día 3
Despertaron con vista al Apaurai, un tepui  conocido como la urna, un féretro descomunal que a esa hora comenzaba a mostrarse de entre las nubes.

Gabriel agradeció a los niños de Wonkén con un acto de malabares. Lo observaron boqui abiertos.

A eso de las 6:00 AM. sonó una campana y buena parte de la comunidad, en total en Wonkén habitan 1200 personas, se dirigió al templo, una especie de churuata de techo octogonal, hecha de piedra blanca, con ventanas y puertas de madera. Cerraron herméticamente.

Estas jornadas de oración se repiten varias veces al día, en cada oportunidad, de varias horas de duración, rezan, cantan y danzan. Todos están convocados, pero quien entra no puede salir hasta que la reunión se dé por culminada.
Después de desayuno, a eso de las nueve, reiniciaron el recorrido rumbo al noroeste, hacia Wonkén viejo. Se internaron en la sabana por una pendiente de arena blanca. Atrás quedó el Apaurai.

Wonkén viejo, que ya existía antes de la llegada de los misioneros, es una comunidad, aparentemente deshabitada, de al menos 10 casas dispersas. A lo lejos avistaban el Adankasimá, el Upuima y el Akopán, un enorme cerro en donde los pemón ubican la leyenda de Amuchimá, el águila comedora de hombres.

Al pasar Wonkén viejo, se toparon con el río Karuai. Llamaron nuevamente. Cuñao, cuñao. Los cruzaron en dos kuriaras, embarcaciones hechas de un solo tronco movidas a remo, una pequeña pilotada por un niño y otra apenas más grande conducida por un hombre adulto.

Entonces, después del Karuai, se internaron en una Gran Sabana diferente, absolutamente prístina, desolada. Al menos a Tewarhi no le costaba esfuerzo imaginarse al Amuchimá viniendo por ellos.

El Adankasimá, el Upuima y el Akopán se veían cada vez más cerca; en Kamadaken, creyeron que ellos eran los médicos, que habían anunciado su visita y les decían “medicina, medicina”. Cruzaron el río nuevamente en kuriara y entonces se encontraron en un valle poblado de bromelias tubulares, orquídeas y arbustos de hojas grises y al fondo la cara sur del Akopán y su cima de enormes piedras sobre puestas, aparentemente inexplorable.

El humo de las cacerías les sirvió de referencia. Llegaron a Yunek con el atardecer, que en la Sabana se da como a las cuatro y media de la tarde, el cielo estaba despejado.

Se presentaron a la comunidad. Les ofrecieron la escuela para que se quedaran. Los niños ven pocas clases por allá. No tienen muchos materiales.

En Yunnek, entre la comunidad en sí y los alrededores habitan 120 personas. Sus casas están hechas de bahareque o tabla con techos de paja o metal. Viven de la agricultura tradicional, la caza, la pesca y la recolección de gusanos, bachacos, grillos y frutos silvestres.

Tewarhi cuenta que tienen un templo sencillo con mensajes alusivos a la condición femenina de dios, a la mujer como fuente de vida, a la mujer como ser intocable.

Sólo dos motos chinas y un par de plantas de dos tiempos perturban de vez en cuando el silencio.

En pemón Yunek es un adjetivo que sirve para describir algo tan picante como el aji.

Antes de los ciclistas, una pareja de norteamericanos llegó a Yunek por aire para escalar el Akopán. Lo escalaron dos veces. Por la ruta que escogieron, tardaron de la base a la cima 14 días y alrededor de la mitad del tiempo para descender.
Yunek es cada vez más conocido entre los aventureros de Europa y Estados Unidos. Desde el tepui que da nombre a la comunidad cae el salto más alto de Venezuela, aunque casi nadie lo conozca. Tiene 1012 metros de altura. El Salto Ángel tiene 976 metros.



8 comentarios:

Adriana Díaz Guillén dijo...

More! Me encantó la historia. Ojalá hubieses publicado aunque sea una foto, las descripciones son hermosas! Ojalá algún día pudiera conocer esa belleza

Morelia Morillo dijo...

Mi Adri, Si te encanto pues te dedico la historia como regalo de cumpleaños. Ojalá algún día podamos hacer este recorrido.

Un beso

Unknown dijo...

Definitivamente este espacio (blog) es entrar a otro mundo.. ME ENCANTAAAAAAA DESDE QUE LO ENCONTRÉ ME QUEDE PEGADA... MILL FELICITACIONES..MORELIA MORILLO..

Morelia Morillo dijo...

Gracias Alexmary,

Guauuuu, me dejaste feliz con tu comentario,

Unknown dijo...

Morelia simplemente... GRACIAS!
GRACIAS por compartir ese bello trabajo que haces.
CONTINÚA ASÍ, ÉXITOS TE DESEO.
. DIOS TE BENDIGA.

Unknown dijo...

He pasado toda la tarde pegado a tu blog encantado con tanta información, cultura y costumbres de esta hermosa tierra. A la verdad dos años se han quedado cortos con tantas cosas que hay por conocer... espero algún día poder ir a yunek en bicicleta. Jeje. Enamorado de tu blog <3

Unknown dijo...

Me gustaria saber si preparan este paseo para turistas y como podriamos hacer para contactarlos

Morelia Morillo dijo...

Gracias Víctor. Por tus palabras llenas de emoción. Mil gracias. Me motivas. Para quienes deseen ir a Yunek, pueden comunicarse con Tewarhi Scott, uno de los protagonistas de mi relato, quien además es mi esposo, al 0426 8915632

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