Gran Sabana no postal

Mi madre siempre dice que vivo "en el fin del mundo". Yo vivo en la Gran Sabana, en el sureste extremo de Venezuela, en un sitio tan distante
y tan distinto que hasta se me ocurrió quedarme a vivir. Los invito a conocer esa Sabana que experimento en mi cotianidad: la Gran Sabana no postal.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Aulas sin maestros


Las vacantes son ocupadas por representantes, por los educadores de los niños con condiciones especiales o por suplentes que aceptan trabajar siempre y cuando se les garantice que lo harán temporalmente; en donde no hay más opción, las escuelas son cerradas con un candado hasta nuevo aviso. Fotografía referencial; Morelia Morillo.


Aunque aman su profesión, entre 109 y 300 maestros abandonaron las aulas de clases de las escuelas y liceos de la Gran Sabana para dedicarse a actividades que simplemente les permitan sobrevivir a ellos y a sus familias.

Efectivamente, algunos, los indígenas principalmente, se van a las minas de oro y diamante, pero los demás, los criollos, los no indígenas, se dedican a taxiar, a vender productos Tupperware, perros calientes, empanadas o gasolina.

En la distante frontera venezolana hacia el Brasil, el docente de más alta calificación devenga una sueldo mensual de entre 18 000 y 22 000 bolívares, el alquiler de una habitación cuesta entre Bs. 15 000 y Bs. 20 000, según nos informó una arrendadora, un kilo de harina de maíz Bs. 500, según la dueña de una bodega y el pasaje mínimo, en la zona urbana sólo hay taxis, Bs. 300.

La Gran Sabana es el territorio ancestral del pueblo indígena pemón, una zona prístina sobre la cual rigen diversas figuras de protección ambiental: el Parque Nacional Canaima, el Monumento Natural los Tepuyes, la Zona Protectora Sur del estado Bolívar y la Reserva Hidráulica de Ikabarú.

Durante años, Los estudios de la Corporación Venezolana de Guayana (CVG) y de Electrificación del Caroní (Edelca) establecieron, sin pizca de duda, que esta zona tiene vocación para el turismo y la generación de agua para la producción hidroeléctrica. Sin embargo, se trabaja cada vez más la minería sin control.

Es noviembre de 2015. En las zonas rurales, prolifera la minería, incluso dentro del Parque Nacional Canaima; mientras que en la capital municipal, en Santa Elena de Uairén, abunda el comercio de todo lo existente y la venta doméstica de combustible, dos negocios impulsados por la demanda de los vecinos brasileros cuya moneda, el real, se cambia en 175 bolívares venezolanos.

Se calcula que la mitad de la gasolina que sale de las estaciones de servicio locales, en donde se forman enormes colas diariamente, va a las minas, en donde un tambor de 200 litros puede costar hasta Bs. 300 mil; mientras que el otro 50% va a Brasil. En Venezuela, un litro de gasolina no cuesta ni un bolívar. En Brasil cuesta casi cuatro reales. Clandestinamente, los brasileros la pagan hasta en dos reales es decir en aproximadamente Bs. 340 por litro.

Una funcionaria del Distrito Escolar Número Cuatro, correspondiente al Municipio Gran Sabana, confirmó que durante el año académico 2014-2015 renunciaron al menos 80 docentes, aunque advirtió que pudieran ser más pues esta cifra corresponde a las renuncias ya procesadas sin contar a aquellos profesionales que se retiraron de sus aulas sin haber finiquitado su relación laboral con el Ministerio del Poder Popular para la Educación (MPPE).

Pero además, esa misma fuente, dijo que en lo que va del año escolar 2015-2016, en tres meses, renunciaron al menos 25 docentes.

Otra funcionaria de esa dependencia alerto, siempre bajo la condición de la confidencialidad, que al cierre del año escolar 2014-2015 se retiraron 300 docentes en todo el municipio, esto sumando a los que prestaban servicio tanto en las comunidades indígenas como en la zona urbana.

Al cierre del año escolar 2014-2015, los directores de plantel, las autoridades del Distrito Escolar y de la Alcaldía se reunieron para discutir en torno a esta situación y elaboraron una carta dirigida al Ministerio de Educación, entonces liderado por Héctor Rodríguez, para exponer lo que está sucediendo y solicitar 109 ingresos. En respuesta, en noviembre se incorporaron 83 nuevos maestros, pero el resto de los problemas que han llevado a esta crisis continúan sin solución.



En algunos casos, las vacantes permanecen. Valdirene Dos Santos contó en fundaciónmujeresdelagua.blogspot.com que en la escuela de la comunidad de El Paují los niños de diferentes grados fueron reunidos en una sola aula.

En la Escuela Integral Bolivariana EIB "El Salto" se fue la mitad de los maestros, algunos de ellos por jubilación, otros por incapacidad y otros por renuncia. Ante la eventualidad, algunos padres debieron asumir el liderazgo de las aulas. Durante dos meses, Kámala Manjari ejerció como docente de segundo grado.

El Preescolar Gran Sabana, adscrito a la EIB "El Salto", se postergó durante al menos un mes el comienzo de clases para los niños y niñas del primer nivel pues una de las maestras solicitó su jubilación y la otra su cese por incapacidad. Finalmente, el Consejo Comunal de Brisas del Uairén y la Alcaldía de Gran Sabana contrataron una docente a la cual le pagan 24 000 bolívares.

La escuela de la comunidad indígena de Las Agallas cerró hasta nuevo aviso y la de Ikabarú, la capital de la segunda parroquia del municipio, comenzó clases con al menos un mes de retraso, cuando la Zona Escolar Bolívar logró ingresar a cinco maestros nuevos, todos provenientes de otras municipalidades, aparentemente con el compromiso de que no solicitaran cambio durante los próximos ocho años.

En Ikabarú, una zona fundamentalmente minera ubicada a 114 kilómetros de carretera de tierra de Santa Elena, un pollo cuesta hasta dos gramas de oro es decir al menos Bs.30 000. Para cobrar, un maestro debe viajar hasta la capital municipal pagando por un puesto en un vehículo rústico Bs. 3 000 y Bs. 3 000 más para regresar. Todos los pagos de los maestros se realizan a través de cuentas corrientes del Banco de Venezuela, que sólo tiene agencia y cajeros automáticos en la capital de municipio. Los docentes reciben una tarjeta de débito, pero los cajeros locales sólo procesan retiros diarios de hasta Bs. 3 000.

 "Los maestros que se quedan, los que no renuncian, lo hacen porque les gusta mucho o porque están a punto de jubilarse, pero además venden productos, ropa, gasolina, hacen taxi", nos comentó la funcionaria confidencialmente.


Testimonio en pareja
Nardy Torres y David Silva son esposos, padres de dos niñas y docentes. Los dos aman su profesión, sienten que sólo así sirven a sus familias y a su comunidad y sin embargo ambos renunciaron a sus cargos "por motivos económicos".

"Porque con dos sueldos no daba para comer", dijo David.

Él renunció hace año y medio. Se desempeñaba como el coordinador de pastoral de la Unidad Educativa "Fe y Alegría de Manak Krú", su carga horaria era de 36 horas semanales y devengaba en ese momento Bs.4 500 más un bono por sus labores de coordinación. "Iba al mercado y llegó un momento en el que dejaba la quincena, parte de mis ahorros y el cesta ticket".

Ahora, se dedica a hacer transporte, por cierto nos comentó que tiene el carro parado por falta de repuestos, tiene junto a su esposa una pequeña bodega en casa de la abuela de ella y vende envases plásticos en un toldo que arma a un costado de la Troncal 10. "A los brasileros que pasan".

"A mí me gustaría estar dando clases, eso es lo mío. Me gustaría que esta situación cambiara y volver a la docencia porque en la situación actual del país el docente no puede vivir de su trabajo".

Nardy es docente de preescolar de la Unidad Educativa "Darak Merú", renunció al cierre del período escolar pasado, pero continuará trabajando hasta diciembre porque sus superiores le expusieron "si tú renuncias, con quién se van a quedar los niños". Ahora atiende la bodega, vende helados y hace ponqués.




lunes, 9 de noviembre de 2015

Por treinta gramas de oro

En las comunidades de acceso aéreo de abren cada vez más minas. A cambio del oro que los indígenas pemón reclaman como recurso de sobrevivencia, la naturaleza paga con selvas milenarias y aguas cristalinas.Fotografía: http://www.adamsamigos.net/




El día era soleado con nubes dispersas y altas sobre el azul infinito. Desde el aire, JG se emocionó ante tanta selva. Respiró profundísimo y exhaló largo. Abajo, descubrió a la comunidad, dos hileras de casas techadas en zinc con paredes de madera; al centro, la avioneta caía sobre la pista hecha de granzón rojo. Después de media hora de vuelo, JG aterrizó en San José de Awarauka el seis de mayo de 2015.

JG ama la naturaleza. Lo emociona. Lo conmueve. Pero a su mamá, quien fue a la mina como cocinera, le fue bien. Después de un mes de trabajo duro, ella regresó son 50 gramas de oro. Por aquellos días, el equivalente a 350 000 bolívares. Se compró una lavadora híper automática. Hizo un buen mercado. Arregló su casa en Santa Elena de Uairén, la capital del municipio Gran Sabana en el extremo sureste de Venezuela y entonces, él decidió dejar de cargar gaveras de refresco, de llevar y traer víveres y enseres hacia y desde Roraima, de limpiar patios.

El pasaje de ida a Awarauka le costó 16 000 bolívares, sin derecho a retorno. Con 2000 bolívares en su haber, JG bajó de la avioneta con un morral con su ropa, su máquina de afeitar eléctrica, su hamaca, su mosquitero, un preventivo contra el paludismo y la firme de determinación de salir en un año con al menos 500 gramas de oro. A la fecha, la grama de oro en la zona es pagada en 18 000 bolívares. Su meta era hacerse con al menos 9 millones y montar un negocio en sociedad con su mejor amigo, hacer su casa, comprar un carro.

Awarauka es una comunidad indígena pemón de no más de 200 personas; está ubicada a un lado del río Caroní, en lo que se conoce como la cuenca media de ese gigante largo, caudaloso e inquieto. Tras pasar por Awarauka y por docenas de comunidades indígenas más, esas aguas generan la electricidad de la cual se sirven más de la mitad de los venezolanos y buena parte de los habitantes del estado de Roraima, en el nordeste brasilero.

Junto con su cédula de identidad, JG lleva la carta de residencia firmada por el capitán de Manak Kru, la comunidad indígena más cercana a Santa Elena. En Awarauka sólo pueden trabajar la mina los indígenas pemón.

Antes, nadie trabajaba la mina en la zona o trabajaban pocos y, con frecuencia, las ganancias se las llevaba algún brasilero, um garimpeiro. Así fue hasta febrero de 2013. Entonces, ante las operaciones militares para controlar la minería, los de Uriman, la comunidad central del sector, secuestraron a un grupo de uniformados.

Días después, los liberaron. Los soltaron a cambio de que el Gobierno abandonara las intervenciones armadas, dejara de nombrar esos operativos con nombres indígenas como arekuna y les permitiera continuar trabajando la mina en toda la extensión del municipio Gran Sabana que está fuera del flanco oriental del Parque Nacional Canaima. Se comprometieron a permanecer lejos de los ríos, sin maquinarias y a reforestar después de deforestar.

A simple vista, nadie se percata de que por las venas de JG corre sangre indígena. Su cabello es ondulado. Su piel muy oscura. "Y este ¿Quién es?" Le preguntan quienes lo ven por primera vez. "Yo también soy indio", dice. "Habla pemón", lo increpan. "Yo no sé hablar pemón, pero mi mamá es indígena", aclara.

"Aquí estoy y tengo que hacer esto", piensa al plantarse sobre la pista de aterrizaje. Las gomas de sus botines, los mismos que usaba para ir al Roraima, se tiñen del rojo granzón. Camina. Busca al hombre con quien trabajó su mamá. "Soy el hijo de tal y vengo a trabajar". El  patrón le ordena mover las cajas dentro del local y lo llama a almorzar. Así fue el primero de los 156 días por venir.

Al día siguiente, Auremé, la mina, es un hoyo lodoso de 10 metros de profundidad y al menos una hectárea de extensión, bordeado por árboles de copas a más de 15 metros de altura.

La jornada comienza tan pronto como despunta el sol. Las primeras en levantarse son la cocinera y su ayudante. Ellas duermen en una pequeña casa independiente. La casa y el campamento están igualmente hechos con una estructura de palos cubierta de lona.

Poco después, se levantan los cinco o seis empleados.  A las cinco y media, más o menos, los llaman a desayunar. Dependiendo de lo que haya en la despensa, les sirven panquecas, domplines, panes, arepas, jamón, queso, huevos. Fororo. Toddy. Café con leche. Los domplines son un tipo de torrejas que se comen mucho en las minas de Guayana.

Con una bomba, JG achica el agua empozada y luego se afana en arrojar bien lejos las raíces, las piedras, los trozos de madera "para que no pasen por la máquina".  Mientras tanto, uno de sus compañeros, uno de los de más experiencia, taladra, con una pistola BM de tres cilindros, el terraplén.

A mediodía, almuerzan pollo, pescado, carne, arroz, ensalada. Los obreros descansan unos minutos y poco después vuelven al hueco. Durante días, cavan en un mismo sitio, hasta toparse con la "pizarra", la laja; por experiencia, saben que a partir de allí no hay más nada que buscar, "comienza a manar agua por demás". Las cuadrillas rellenan cada uno de los huecos, pero, según JG, no reforestan. Esperan que la naturaleza haga su trabajo en dos, cinco, 10 años.

Sobre las cuatro y media, los obreros paran para bañarse en uno de los riachuelos cuyas aguas aún siguen siendo limpias. El menú de la noche es parecido al del mediodía. "Allá hay de todo", dice JG. Y después, cada quien a su hamaca, bajo su mosquitero. De los cinco o seis obreros de Auremé, todos, menos JG, sufrieron paludismo en los últimos cinco meses. JG le atribuye su buena salud al antipalúdico que tomó sin falta una vez a la semana.

En Awarauka, de acuerdo a las normas de convivencia de la comunidad, está prohibido el consumo de kachirí, la bebida tradicional de los pemón, de cigarrillos, de alcohol y otras drogas, las fiestas, la prostitución e incluso "hembrear", algo así como flirtear para los guayaneses. Del cumplimiento de las normas se encarga la cuadrilla de seguridad que viste de uniforme camuflado.  Quienes infringen la ley deben rastrillar la comunidad, limpiar la pista de aterrizaje a machete, "cortar una mata de mango con raíz y todo".

En su día libre, JG afeita a sus compañeros con su máquina eléctrica, cobra 2000, 3000, 5000 bolívares dependiendo de las posibilidades del cliente; se interna en la selva y con su celular graba el canto afinado de un coro de pájaros al cual no siempre logra ver; sale a caminar, mira al cielo alertado por la algarabía y se encuentra con una bandada de guacamayas; navega junto a sus nuevos amigos dos o tres horas a bordo de una kuriara y se topa con una manada de 50 báquiros cruzando a nado los 200 o 300 metros del Caroní.

Al cerrar el mes, el propietario de la máquina resume, es decir retira el material, el oro, ya separado, desde dentro de la máquina y paga con oro a cada uno de sus empleados. En promedio, cada uno recibe 10 gramas de oro, pero de esa cantidad se le descuentan sus gastos personales, sus compras en la bodega de la mina.

"Más que todo se me fue la plata comprando refrescos y chupetas. Todos los meses compraba de 100 a 150 palos en chucherías, un caramelo cuesta 100 bolos, una chupeta 200. Una empanada 1000. Un refresco de dos litros 3000. Pagaba de dos a tres gramas de oro al mes".

El 13 de octubre, JG pagó 40 mil bolívares por un puesto en la avioneta; salió con 30 gramas de oro. No aguantó el año en Auremé. "Ya no aguantaba, es muy arrecho, me hacía falta mi Santa Elena".


jueves, 8 de octubre de 2015

El Esequibo de a pie

Los ancestros llamaban Inkén o Ikén a la región que los indígenas de ahora llaman "Guyana", ese enorme pedazo de territorio que en algunos mapas de Venezuela aparece enrejado e identificado como Guayana Esequiba (Zona en Reclamación) y que en otros simplemente se obvia. Fotografía: Instituto Geográfico de Venezuela ¨Simón Bolívar¨. 

Cada vez que desea regresar al lugar donde nació, LP, siempre en compañía de su familia, toma un taxi o bien  un autobús hasta Sakaiká, una comunidad pemón arekuna ubicada 125 kilómetros de Santa Elena de Uairén, sobre la Troncal 10 y desde ahí se interna hacia la selva. Santa Elena es la principal ciudad del municipio Gran Sabana, en la remota frontera venezolana hacia Brasil.

Sus antepasados según la obra Cultura pemón, de monseñor Mariano Gutiérrez Salazar (UCAB 2002) llamaban Inkén o Ikén a la región que ella y los suyos ahora llaman "Guyana". Ese enorme pedazo de territorio que en algunos mapas de Venezuela aparece enrejado e identificado como Guayana Esequiba (Zona en Reclamación) y que en otros simplemente se obvia.

LP nació en Parima o Paruima, una comunidad arekuna ubicada al otro lado de la Línea de Schomburgk pero, como es de rutina, fue presentada días después como nacida en San Rafael de Kamoirán, una comunidad pemón arekuna localizada a este lado de la línea pespunteada, ambas en torno a las aguas del río Kamoirán y sus afluentes. 

LP y su gente van hacia Parima o Paruima a pie y con provisiones para al menos ocho horas de caminata de selva, no llevan pasaporte ni pasan por oficina de extranjería alguna; a veces, cuenta ella, hacen un alto a medio camino, antes de cruzar el río, cocinan, se bañan y descansan hasta el amanecer. Entonces, después de desayuno, reinician la marcha hasta llegar a su destino.

Ella pronuncia Parima o Paruima con acento. Algo así como "Parrima". Aprendió a hablar en arekuna y muy pronto en inglés; el español lo dominó poco después, cuando sus padres dejaron Parima Mission para divulgar la noticia del Evangelio entre los taurepán de la Gran Sabana con quienes comparten el idioma pemón, aunque con ciertas variantes que, sin embargo, no les impiden entenderse.

LP es venezolana. Tiene su Cédula de Identidad. Desde que entró en vigencia la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, en 1999, su documento de identificación indica incluso la comunidad y pueblo indígena del cual forma parte.

Ella es pemón arekuna. Pero al menos seis de sus paisanos son procesados por el Servicio Administrativo Identificación, Migración y Extranjería (Saime) por su permanencia en Santa Elena sin documentos. "Si regresan, los deportan al Esequibo", a la zona, administrada por la República Cooperativa de Guyana, que la República Bolivariana de Venezuela reclama como propia. A los warao, dice, las autoridades venezolanas les exigen identificarse como pemón a cambio de no ser considerados como guyaneses, una estrategia que para ellos se convierte en una afrenta discriminatoria al tener que negar su origen.

Que LP sepa en Ikén, Guyana, Guayana Esequiba, Zona en Reclamación residen miembros de al menos nueve pueblos indígenas: Warao. Arawako, Kariña, Patamuná, Arekuna, Akawaio, Wapishana, Makushi y Wai Wai.

Los más numerosos son los arawako. Los warao, los arawako, los Kariña, los arekuna y los akawaios hacen vida tanto en Guyana como en Venezuela. En Santa Elena de Uairé, Tumeremo y Puerto Ordaz, tres localidades del estado Bolívar, acuden a los hospitales cuando lo necesitan y se abastecen de los víveres de uso diario, si bien se auto identifican como guyaneses o simplemente como amerindios.

De los gobiernos de ambos lados, según su experiencia, se sabe poco o nada; mientras tanto, en esas tierras proliferan grupos de ciudadanos brasileros y venezolanos en busca de oro y diamantes e incluso "se dice que hay chinos sacando madera".

Sobre la décadas de los 30 a 40 del siglo XX, siendo primos hermanos de los abuelos de LP, los abuelos de DD, en cambio, "eran rebeldes, se resistían a ponerse ropa y a ir a la iglesia". Abandonaron Paruima y se internaron hacia las cabeceras del Kuyuní. Se establecieron en Inawai, a la altura de Las Claritas, a donde luego llegó también una Misión Adventista a la cual finalmente se integraron. "Desde Las Claritas, en el Kilómetro 88, hasta San Martín de Turumbán, cerca de Tumeremo (en el municipio Sifontes del estado Bolívar), el idioma dominante, entre los indígenas, es el inglés".

A su modo de ver, San Rafael de Kamoirán y Paruima Mission son una misma cosa. Son comunidades arekuna, la una evangelizada por los misioneros católicos y la otra por los misioneros adventistas, durante la primera mitad del siglo XX.

San Martín de Turumbán, en Sifontes, al igual de San Ignacio de Yuruaní,  en Gran Sabana, ambos municipios del estado Bolívar, son comunidades que se fundaron con indígenas venidos del Esequibo, con aquellos que alguna vez aceptaron la posibilidad de declararse venezolanos y que, tras delaciones, debieron refugiarse en Venezuela.

En cuanto a la disputa que mantienen Venezuela y Guyana por la tierra de sus abuelos, DD expresa: "Eso del problema ese no le vemos sentido. La gente que se quedó allá y la que se quedó aquí hemos estado visitándonos".

"Nuestros representantes, de uno y otro lado, están politizados, dice LP, por eso tenemos que reunirnos y sacar una declaración como indígenas".

Cultura pemón en sus páginas dedicadas  a los Makunaimas, a los intrépidos protagonistas de muchas de las leyendas del pueblo pemón, cuenta que Wei, el sol, el padre de los Makunaimas, "como buen pemón, viaja a Ikén en busca de mercancías varias usuales".

sábado, 19 de septiembre de 2015

El sargento in fraganti


Desde el día cuatro de septiembre, en YouTube circula un video, de un minuto y catorce segundos, titulado Un sargento venezolano robando en Pacaraima.

Villa Pacaraima, BV-8, La Línea, es la localidad brasilera contigua al hito Brasil-Venezuela número ocho (BV-8), una población de alrededor de siete mil habitantes dedicados a la agricultura, empleados en las instituciones públicas con oficinas en el extremo norte del país, comerciantes o empleados de las tiendas.

En el video, un hombre moreno, de cabello muy corto, de vientre prominente, cubierto por una franela polo amarilla con blanco, es cercado por una docena y media de hombres contra la plataforma de un camión.

La Suapí es la principal vía comercial de Pacaraima. La zona prosperó entre finales de los 90 y comienzos del siglo que corre gracias al cambio que entonces permitía a los venezolanos ir a comprar Calabresas (chorizos), Garotos (bombones), Havainas (chancletas) y todo tipo de suvenires en colores verde y amarillo. Pero ahora, es septiembre de 2015 y el cambio pasa de los 155 bolívares venezolanos por cada real brasilero y  las lojas, tiendas, de la Suapí, venden muy poco. Apenas sobreviven participando del juego del cambio.

Entre los comerciantes se dice que ahí, en la fotocopiadora, ubicada muy cerca de la agencia de Bradesco, se cambian bolívares por reales o viceversa, reales por dólares o al contrario, que lo de las xeros, fotocopias, no es más que una fachada

Es dos de septiembre, poco después de las 11:00 de la mañana, hora de Brasil, media hora menos en Venezuela, y el dueño del establecimiento sale a almorzar.

Mientras el propietario se aleja, dos hombres, se acercan a la empleada del local. Uno de ellos va armado, La reseña de roraimaemfoco.com la identifica como J.O.T.  Los hombres le exigen que les entregue el dinero. J.O.T se resiste. El hombre del vientre prominente la obliga a caminar hacia el fondo del local, a punta de cañón. La chica se niega. Él la patea. Le propinó un chute precisa la página web, pero la mujer se opone como puede. J.O.T, relata otro de los comerciantes de la Suapí,  intenta zafarse y pierde dos de sus larguísimas uñas acrílicas decoradas en estampados. Los dos sujetos insisten y ella grita pidiendo auxilio.

Los gritos alertan a quienes aguardan en el Ponto de Taxis y, ante la inminente llegada de los vecinos, uno de los hombres huye con el arma. Entonces, taxistas y pasajeros se acercan y someten al extraño de la polo amarilla con blanco.

En el video, al tiempo que una mano intenta impedir que el autor del audiovisual continúe grabando, otra mano surge de entre la muchedumbre y va a parar a la cara del hombre. Varias manos le pegan, lo empujan. Él apenas las esquiva.

Varios de los que participaron de la captura manifestaron que el trío pasó varias veces por la Suapí en el transcurso de la mañana. Una vez que los dos descendieron del auto de placas venezolanas, el conductor estacionó frente al Bistró, a pocos metros de las oficinas del Ministerio da Fazenda brasilero y esperó.

De acuerdo con la nota publicada en la Folha Web, Jimmy Santana, del Departamento Estadual de Trânsito (Detran) em Pacaraima, contó que sus agentes se acercaron porque pensaron se trataba de un accidente vial y que una comisión de la Polícia Civil se aproximó al percatarse de la aglomeración.

Los efectivos policiales debieron comenzar por calmar los ánimos de los presentes y por entender lo que sucedía. Luego, solicitaron al detenido sus documentos. El hombre de la polo amarilla con blanco fue identificado como o el sargento primero de la  Fuerza Armada Nacional Bolivariana de Venezuela (FANB) Elvis Geovanny Manrique Marcano, de 25 años.

En no más de tres minutos, los dos acompañantes del hombre de la polo bicolor traspasaron los 11 reductores de velocidad que separan a Brasil y Venezuela, las sedes del Ministerio de Hacienda y de la Policía Federal brasileros, la dependencia del Instituto Brasilero para el Medio Ambiente (IBama), el Destacamento de Fronteras Número 84 de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), la Aduana Ecológica de Santa Elena de Uairén y se internaron, sobre la Troncal 10, en Venezuela, en la inmensidad de la Gran Sabana.

Se cree que uno de ellos puede ser brasilero.

Sobre el medio día, el detenido fue trasladado a la Polícia Civil de Pacaraima en donde se le abrió un expediente por intento de robo capturado en flagrancia.  

Manrique Marcano fue llevado a la Penitenciária Agrícola Monte Cristo, en la zona rural de Boa Vista. En cambio, los otros dos superaron al menos cuatro puntos de control adicionales y, aparentemente, fueron capturados en la Alcabala de la GNB en Luepa, aproximadamente a 300 kilómetros de la frontera.

Es día 16 de septiembre, el Ministerio Público del Estado de Roraima presenta su denuncia contra el sargento primero Elvis Geovanny Manrique Marcano. El sargento de 25 años será juzgado de acuerdo a los artículos 14 y 157 del Código Penal Brasilero. Se le acusa además de sometimiento mediante arma de fuego y por haber privado a J.O.T de su libertad. De ser considerado culpable, podría pasar al menos cuatro años tras las rejas, na cadeia.

Al cierre de la nota de globo.com , republicada por Folha Web, un lector comentó:
"Tem que dá um pau nesse veneca rapá".



lunes, 7 de septiembre de 2015

Bolívar Blues: los rockstars del sureste profundo

En el Noveno Encuentro de Motos de Alta Cilindrada, Boa Vista. Fotografía: Huayra Bello.

De la unión entre Clara Zoe Dutka y Benjamín Soto Mast, ella neoyorkina, de Woodstock, el del festival de hippie de 1969, y él bolivarense, nacido en Ciudad Bolívar, la capital del estado Bolívar, en el extremo sureste de Venezuela, tenía que nacer, como primogénita, una banda.  La noche en que se conocieron, en una fiesta entre amigos, él le regalo su guitarra.

Después vendrán los críos. La prima criatura se llama Bolívar Blues (BB). Y ahí van los orgullosos padres y tres de los tíos –Hernán Medina, baterista; Fidel Padilla, percusionista y Eric Balbás, bajista- devenidos en estrellas de este paraíso remoto e incluso trascendiendo la frontera hacia el Brasil en donde dan conciertos, conceden entrevistas a la prensa y se cotizan cada vez mejor.

Como muchos de los nacidos en la tierra del pueblo indígena pemón, la BB es obviamente mestiza, de jazz y de bolero, de soul y de salsa, de rock and roll, sangueo y bossa nova, de líricas en inglés, en español y a veces también en portugués, con cadencias del pasado y del presente.

Con respecto a Camino, su primer disco, el dossier de la BB dice lo que sigue: "Su música te lleva de viaje por el mundo, de las vistas verticales de Manhattan, hasta los bosques frondosos de la Amazonia".

 "De lo mejor de ambos mundos"¨, como dice Zoe. Por eso, la criatura se llama Bolívar Blues porque esas dos palabras reúnen a un par de íconos de ambas culturas y también porque Bolívar Blues es un clásico jazz, de Thelonious Monk, inspirado por una calle de NY, nombrada en honor al Libertador.

Siete años después de aquel presente, un par de chicas brasileras detienen a Zoe en uno de los balnearios de la Gran Sabana para fotografiarse con ella y pedirle un autógrafo; una mujer increpa a la peluquera común para preguntarle si la rubia en espera es la cantante; un fanático sorprende a los músicos con un video realizado durante un show y docenas de vehículos llevan la calcomanía de la BB.

Ahora, mientras mueren la tarde y agosto de 2015, en Santa Elena, la capital de la remota Gran Sabana, en el sureste profundo de Venezuela, la BB ensaya para su próxima presentación en Boa Vista, la principal ciudad del estado de Roraima, la localidad más al noreste del gigantesco Brasil.

Hasta ayer, los cinco músicos que hacen parte de la BB tocaban y se repartían el contenido del sombrero; ahora, tocan por contrato o por un porcentaje de la taquilla, que promete ser buena y en la mañana anterior conceden una entrevista para el espacio En Vivo de Roraima Televisión y para los medios impresos.

Su estudio, un palafito guyanés hecho de madera pintada en turquesa, está sembrado sobre la falda sur del Akurimá, el mini tepui cerca del cual nació esta ciudad rodeada de ríos, de saltos de agua, de cerros milenarios, de morichales y ahora cercada de minas de oro y diamante, repentina y cada vez más trajinada por contrabandistas de combustible, llamados talibanes, por cambistas callejeros, nombrados trocadores y cada vez más por revendedores de todo tipo de víveres, bachaqueros, que cruzan la línea limítrofe para ofrecer –sin estantería- uno o dos paquetes de pañales, casi uno o casi tres kilos de detergente.

Pero, en este instante, la música de la BB lo redime todo. Ensayan en su estudio turquesa de Akurimá. Afuera abundan las flores silvestres. Adentro, los cinco pulen cada pieza como si se tratara de una gema preciosa y es que, claro, en la Sabana abundan el oro, el diamante y la gente valiosa que hace cosas grandiosas sin necesidad de voltear el suelo, desviar o enturbiar los ríos.

"Simpatía por el diablo, sin errores", señala Zoe y, tras varios acordes, en lugar la voz salvaje de Mick Jager se escucha una cálida voz femenina alegremente acompañada desde la percusión latina por Fidel Padilla.

Desde una de las paredes, de madera, justo detrás de Benjamín, guitarrista, compositor y productor del grupo, los inspiran Miles Davis, apasionado sobre la boquilla de su trompeta y Frank Zappa con su póster de Joe´s Garage.

En cinco días, viajarán a Boa Vista para luego subir a la tarima de la Casa do Neuber, hogar y local de Neuber, Uchõa, uno de los grandes de la movida musical roraimense. De momento, Zoe practica para comunicarse con su público en portugués: "Agora sim, vamos a precisar a ajuda de vocês para cantar esta parte" y entonces tararea el Uh,Uh, Uh, Uh, Uh, Uh, Uh, Uh del clásico de Rolling Stones.

Zoe proyecta su voz, cálida, poderosa, desde la puerta del estudio, con vista a la distante Piedra Canaima, rodeada de Lola, Lincy y San Francisco, tres de sus perros. Ella y su marido tienen una jauría.

Hoy, Zoe cumple siete años en la Sabana. Llegó como voluntaria, dispuesta a pagar con servicio sus vacaciones. Luego se enamoró. Se quedó. Así son estos remotos confines del planeta, ayudan a los suyos a conquistar chicas bonitas.

A propósito de la fecha, Zoe comparte, en su perfil de Face Book, lo que siente por estas tierras, "donde el aire sabe a cielo y el cielo hace un espectáculo todas las tardes". La actualización de aniversario bien podría ser la letra de una canción.

Cuando en  Santa Elena se supo que Zoe se quedaba se rumoró que su padre era el propietario de los derechos de autor de algunas de las canciones de Bob Marley. Exagerados. En realidad, su padre, quien murió poco tiempo después del nacimiento de ella, fue vicepresidente de Island Records,  una de las disqueras más importantes en la industria de la música a nivel internacional, si bien durante años Zoe creyó que su papá era John Lennon y su madre nació en el seno de una familia en la que el jazz es patrimonio. Mas Benjamín no se queda atrás. Es sobrino de Jesús Soto, el artista plástico.

Fidel Padilla, el percusionista latino de la banda, adelanta que lo que viene es "una versión de lujo" de la clásica Summer Times. "En sanqueo barloventeño".
Después ensayan Mi suerte, una canción de Zoe y enseguida Bésame mucho. A ella la marcaron Chavela Vargas, al igual que Janis Joplin, Alanis Morrissette, pero no tanto como Amy Winehouse.

El sol se oculta y a espaldas de Zoe surge el crepúsculo de la Sabana, en azul y rosa tenues. Ensayan hasta que la luz deja de colarse por los tragaluces del techo, pues la iluminación interna del estudio es deficiente.


Valió la pena. Una de sus seguidoras, de esas que siguen a la BB aunque tengan que traspasar fronteras, de las que bailan y lanzan vítores en primera fila, cuenta que el show fue un éxito, que al menos 300 personas coparon el lugar, que tocaron sin parar durante tres horas, porque así les gusta a los brasileros, que sudaron hasta más allá de la media noche, pues el termómetro marcaba 32º; que al final Eric Balbas, el bajista, se lució improvisando; que a Hernán Medina, el baterista, quien formara parte del grupo caraqueño Syma, lo bautizaron como Paulo Coelho por sus cabellos y su barba canosos; que Zoe estaba preciosa y que la BB regresa a Boa Vista para el próximo fin.

lunes, 22 de junio de 2015

Perros con pasaporte

Las tarjetas de vacunación, con recomendaciones para el cuidado de la mascota, imitan a un pasaporte brasilero, en verde selva y se escriben en portugués.

A IC, mestiza y mística, le preocupa la cantidad de perros que se venden en la parada dispuesta para el transporte público muy cerca de su casa, en la urbanización Brisas del del Uairén, sector este. Ella es hija de una mujer pemón y un hombre blanco, curtida en la madurez en asuntos vinculados al crecimiento espiritual.

Brisas se encuentra sobre la Troncal 10, a dos kilómetros de Santa Elena y a 13 de Villa Pacaraima, La Línea, la primera localidad brasilera de cara a Venezuela.

Santa Elena de Uairén es la capital del municipio Gran Sabana, la tierra del pueblo indígena pemón, en la distante frontera venezolana hacia el Brasil y hoy un caótico puerto libre atestado por brasileros que compran por docenas lo poco que hay. Hace tres semanas, el real superó la barrera de los 100 bolívares y siguió indetenible.

Luis Río Bueno, uno de los dos veterinarios del sitio, cuenta que, cada mes, al menos 100 cachorros venezolanos cruzan la frontera hacia Brasil. En Maturín o Valencia, a más de 1000 kilómetros de Santa Elena, un Golden Retriever, cuesta de 7 000 ó 10 000 bolívares y acá 200 reales, al menos 12 mil más. En Boa Vista y Manaus, las dos ciudades brasileras más cercanas, cada ejemplar cuesta al menos el doble. 

A IC le perturba imaginar los criaderos de perros -hileras de caniles ocupados por hembras en celo en espera de machos procreadores, hileras de caniles ocupados por hembras recién paridas, hileras de caniles ocupados por perras despojadas de sus hijos y nuevamente hileras de caniles ocupados por hembras en celo en espera de machos montadores, lugares de un trajín infinito y agotador- y además está segura del "karma" que recaerá sobre la existencia de los criadores caninos y sus revendedores fronterizos.

En las Cuatro Esquinas, el cruce de calles ubicado en el corazón del Casco Central de Santa Elena; en la calle Ikabarú, a la altura de China América; en la Mariscal Sucre, en las cercanías del Hotel José Gregorio y en Brisas de Uairén. En donde hay trocadores, cambiando reales por bolívares o viceversa, también hay alguien ofreciendo canes.

Corre la tercera semana de mayo y en la parada de Brisas de Uairén, dos chicas ofertan "en promoción" una camada de rottweiler. Un día cualquiera cada ejemplar de esta raza se vende por 700 reales, pero hoy cada uno saldrá 650 reales, incluso por 600 y ya.  

Al cierre del mes de mayo, frente al Hotel Gran Sabana, una chica con nombre de río expone un cachorro Pug Carlino, color ceniza, por el que exige 1000 reales. "Este es el de Hombres de Negro, uno de los más caros vendemos". Cuenta que mensualmente coloca 32 canes, todos los que logra comprar en Valencia u otra de las ciudades del centro.

Es viernes, 19 de junio y una pareja proveniente de Maturín muestra nueve cachorros en una jaula sobre el piso de la parada Brisas del Uairén. Acaban de llegar, no llevan más de 10 minutos en el sitio y al menos seis posibles clientes, todos brasileros, se han detenido.

En el enrejado, de un metro por 60 centímetros aproximadamente, exhiben cinco Poodles, tres mini toys y dos convencionales, valorados en 200 reales cada uno; un Husky Siberiano, dos Rottweiler y un Schnauzer valorados en 700 reales cada uno.

A uno de los hombres del primer grupo de clientes le inquieta el aspecto de los dos pequeños Rottweiler. "São misturados?", pregunta. Ante lo cual el vendedor asegura que "son puros". A la chica que lo acompaña le encanta el Husky Siberiano. "Olha só, que lindo", dice y lo acurruca entre sus senos y su mentón mientras cierra sus ojos. Pero su acompañante la invita a seguir. "Voltamos daquí a pouco", se despide.

"Hay un problema: muchos mercaderes de perros, a quienes lo les importan las condiciones en las que están vendiendo (…) La mayoría de los perros están llegando con certificados falsos, que no son hechos por un médico veterinario o enfermos", explica mientras muestra una pila de tarjetas de vacunación con inconsistencias en el número que identifica al profesional, la información vinculada a la vacuna u otras.

Explica que los perros deben salir del país vacunados, al menos con la séxtuple (Parvovirus, Coronavirus, Moquillo, Hepatitis, Leptopirosis e Influenza) y por supuesto, sanos, con sus ojos alegres, el pelo brillante porque, de lo contrario, "el día que las autoridades brasileras se den cuenta, van a parar el negocio".

Él sugirió, además, constatar que al animal es efectivamente de raza, pues se están vendiendo "viralatas", por ejemplo hijos de Cocker  y Poodle, como si fueran ejemplares puros y revisar que sus dientes estén en buena posición.

"Vaya con el vendedor y hágalo chequear con el veterinario, antes de pagarlo".


Esta semana, el real franqueó la barrera de los Bs. 115 en el mercado local. Sube, sube, y eventualmente pierde algunos puntos. El salario mínimo en Brasil es de 788 reales por mes, lo mismo que cuesta un Rottweiler en Santa Elena. Se dice que, en Boa Vista, un Rottweiler puede costar alrededor de 1500 reales. En Manaus, Amazonas, probablemente más. Se habla de los revendedores de perros, de los que compran para revender allá e incluso de la proliferación de ladrones, de que, con cariño y algo de comida, los sacan de sus casas en Santa Elena, para luego venderlos en reales. 

lunes, 8 de junio de 2015

Bulla en San Antonio, bulla en la ciudad

La comunidad de San Antonio del Morichal cerró el paso porque ante el surgimiento inesperado de una mina recibieron a centenares de cazadores de fortuna, incluyendo a miembros de las bandas conocidas como sindicatos. Fotografía: Morelia Morillo.

Era domingo, último día de mayo, cuando el transportista de combustible y su mujer salieron a pasear como otras veces.

Con certeza, dejaron su casa, pasando el río Uairén, a la altura del sector La Planta; tomaron la Troncal 10, rumbo a la frontera con Brasil y, seis kilómetros después, se desviaron hacia San Antonio.

San Antonio del Morichal es una comunidad indígena pemón ubicada aproximadamente a 10 kilómetros de Santa Elena de Uairén, la capital del municipio Gran Sabana, el más distante hacia el sureste del país; un poblado conformado por medio centenar de casas rurales en torno a una churuata de uso comunitario; tienen escuela primaria y ambulatorio; la mayoría siembra o cría para comer o son funcionarios públicos; un lugar sobre los caminos verdes, paso eventual de contrabandista de gasolina, pues colinda con la línea de hitos que separan a Venezuela y Brasil, pero aun así es un asentamiento indígena tranquilo .

Los andantes del domingo traspasaron San Antonio, tomando la vía de Tukuyén, la carretera de granza agujereada que lleva hacia el extraordinario Puente Makunaima, un arco macizo anclado por la naturaleza en los extremos de un lecho rocoso sobre el cual corre un río de aguas oscuras, un lugar sagrado.

Los Makunaima son los protagonistas de muchas de las leyendas pemón, habitantes ancestrales de la Sabana. Se dice que los Makunaima pisaron sobre el paso pétreo y viajaron hacia Remonotá, en las llanuras del Río Branco, en Brasil.

En cambio, los caminantes del último domingo de mayo debieron detenerse al alcanzar Pozo Azul o Pozo Arcoíris. No se sabe si tomaron un baño, pero sí que caminaron sin más interés que el de explorar, despejarse, salir de la rutina.

Entonces, a la mujer le dieron ganas de orinar. Se agachó y a sus pies, bajo el orine espumoso, descubrió que entre las piedras sueltas titilaban pequeños destellos dorados. Con asco, tal vez, y empleando su pulgar y su índice a manera de pinza extrajo un cochano de oro puro.

Llamó a su marido. A lo mejor gritó. Aunque el hombre se encontraba cerca. Él llegó de inmediato. Cuentan  que comenzaron a escarbar con las herramientas que llevaban en el carro -un machete, una pala, un pedazo de tubo – pero que, aun así, a media tarde él completó poco más de 100 gramas de oro y ella al menos 70. A la fecha, el gramo de oro en la frontera ronda los 10 mil bolívares.

Sus conocidos relatan que comenzaron celebrando en privado, sin aspavientos, pero que la euforia, marinada alcohol, los sacó de la prudencia.

Uno de los choferes que transportó gente hasta el sitio, relata que "como dicen en Twitter, la noticia se hizo viral hasta convertirse en trending topics", si bien la novedad se corrió de boca en boca.

Los mineros llaman "bulla" a los sitios en donde, tras un primer movimiento de tierra, comienza a salir oro en grandes cantidades; se corre la voz y, repentinamente, se concentra mucha gente en busca de fortuna.

Son las cinco de la mañana del lunes y un ejército de motos chinas transitan por la Troncal 10 rumbo al sur. Sobre los sonoros vehículos de dos ruedas van uno, dos, tres ocupantes, hombres y mujeres. Llevan botas de hule, baldes, bateas mineras y palas. A media mañana, en las calles de Santa Elena sobran quienes buscan bateas mineras en compra o alquiler y apenas quienes se muestran dispuestos a venderlas o alquilarlas. Las bateas son una especie de taza de madera de fondo puntiagudo que sirve para separar manualmente el oro del resto del material que arroja el suelo, el mineral precioso de la tierra y de las piedras.

Sobre las 10, el valle cercano a Pozo Azul, habitualmente desierto, "parecía un Mercal", según la descripción del transportista. El no quiso sumarse, pero calcula que al menos 800 hombres y mujeres, indígenas y foráneos, volteaban el suelo.

El valle y el cerro a sus espaldas también forman parte de la tradición pemón. Los abuelos contaban que allá resguardaban sus huevos las aves migratorias.

Los del fundo cercano lavaban el material en el Pozo Azul, transformado súbitamente en un lodazal marrón, mientras los foráneos lavaban en los nacientes. El agua cristalina se torna turbia y el valle un reguero de promontorios y boquetes.

"La gente se está volviendo loca. Se les ve llegando normales y al rato ya son otros. La necesidad y la avaricia cambian a la gente", analiza el transportista.

Llegan en vehículos 4X4, en motos, en automóviles. Es lunes y en las calles apenas circulan los taxis. Es martes y en las estaciones de combustible, normalmente congestionadas por el contrabando, apenas hay filas de cinco carros por surtidor.  En la ciudad fronteriza priva un letargo poco usual.

El martes la migración se hace masiva. Jorge Gómez, el coordinador del Consejo de Caciques Generales del Pueblo Pemón, dice que al sitio llegaron al menos 1000 personas, entre conocidos y desconocidos, indígenas y no indígenas.

El minero con más de 20 años en el negocio sufrió un percance, que pudo ser mortal y no logró salir de su casa. Mientras se recupera, una comisión de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) llega al lugar y detiene las excavaciones bajo el argumento de que hay que esperar la evaluación ambiental.

Dada la fragilidad de la Gran Sabana y su incalculable valor ambiental, la mina sólo les está permitida a los pemón, a los habitantes ancestrales de esta tierra, siempre y cuando trabajen artesanalmente y recuperen las áreas afectadas.

"Siempre pasa lo mismo, cuando hay una bulla, los guardias cierran y sólo dejan trabajar a sus amigos. Así pasó en Chirikayén", dice el veterano.

Gómez cuenta que entre los 1000 destacan cuatro que amenazan al resto con armas de alto calibre, que se burlan de los habitantes tradicionales del lugar, que sueltan promesas letales, que se identifican como residentes de una de las nuevas invasiones ubicadas en el extremo oriental de Santa Elena de Uairén, en lo que se conoce como Caño Amarillo, que al parecer ellos entraron por las trochas desde Sampai, la comunidad aledaña a Caño Amarillo, que la GNB los detuvo.

En Santa Elena se dice que la mina de San Antonio ya botó al menos 50 kilogramos del metal amarillo. Pero otras voces lo desmienten. El rumor suma ceros a la derecha a las cantidades de oro obtenidas.

Es jueves y sobre el puente que sirve de acceso a la comunidad se extiende un pendón según el cual el paso fue "Cerrado por desición de la comunidad". Aunque el portón se corre cada vez que se aproxima un capitán indígena con su comitiva.

Milagros del Valle Suárez explica: "decidimos cerrar desde el martes porque la gente pensó que aquí había una bulla, pero aquí no había bulla nada y ya estaban aquí los de los sindicatos del 88"¨. En el sur profundo de Venezuela se conocen como sindicatos a los grupos armados que controlan las minas.

Hoy, jueves, el mundo cristiano celebra el Corpus Christi. En Brasil es día feriado y buena parte de los habitantes de los estados brasileros de Roraima y Amazonas circula por la Troncal 10 rumbo a Santa Elena. El real brasilero se mantiene sobre los 100 bolívares. En los estantes de los supermercados chinos apenas hay mercancía. El resto se encuentra en las bodegas y mini abastos. Pero los brasileros pagan en reales. Bulla en San Antonio. Bulla en la ciudad.


martes, 28 de abril de 2015

Brisas de Dios


En los últimos 17 años, la población de la capital del municipio Gran Sabana se sextuplicó debido a la consolidación de al menos 17 invasiones. Fotografía: Morelia Morillo.
Termina abril, amenaza el período de lluvias. El fin de semana pasado llovió, después de meses de sequía y los nuevos colonos del extremo oriental de Santa Elena de Uairén, en la Gran Sabana, vieron el nivel del agua subir desde un metro y medio de profundidad a menos de un metro de distancia. En donde abren para sembrar un palo ven rellenarse de inmediato un aljibe.

En algunas parcelas, pisan y el suelo suena como un colchón anegado, en otras caminan evadiendo los surcos que socavó la corriente, en otras, las menos, andan sin problemas sobre terrenos casi casi secos o apenas húmedos.

Santa Elena, la capital del municipio Gran Sabana, es la última ciudad venezolana en el extremo sureste del país, a 15 kilómetros, 10 minutos, del norte del Brasil y al menos a 1350 kilómetros, de 16 a 20 horas, de Caracas.

Santa Elena es un pueblo mestizo -de no indígenas, de indígenas, de extranjeros, de mineros, de ecologistas- rodeada por las tierras de los pemón.

Gran Sabana es el territorio ancestral del pueblo indígena pemón, el paraíso en la tierra, un sinfín de ríos, cascadas, tepuis, morichales, valles y vistas infinitos. Pero aún el Estado venezolano no ha oficializado en dónde terminan los terrenos de los herederos originarios y en dónde comienza el pueblo de los criollos.

De los 38 000 kms² que conforman el municipio, 30 000 kms² constituyen el Parque Nacional Canaima, el sexto más grande del mundo, el mismo que fue declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. Pero en buena parte de la jurisdicción se practica la minería a pala, a motor, a pulmón; se quema, se tala, se deforesta, se descargan desechos, se invade.

A mediados de marzo de 2015, aproximadamente 250 familias ocuparon esta sabana, levantaron sus barracas de latón, de madera, de plástico negro y fundaron Canaán y Brisas de Dios, sobre los linderos de la comunidad pemón de Sampai, una zona de morichales y nacientes de agua. Eran días de verano.

Llegaron, se abrieron paso y comenzaron a quemar los rastrojos; sembraron el terreno de ranchos, dividieron la extensión en parcelas de15 por 30, de 12 por 20, de 12 por 15, pusieron letreros con los apellidos de las familias ocupantes y trazaron una serie de calles de nueve metros de ancho a las que quieren nombrar como Las flores, El manantial, El morichal, nada de términos como La lucha o con explícito contenido político como La Constituyente o Ezequiel Zamora, dos de las invasiones vecinas en donde ya se sustituyeron los ranchos por viviendas.

"Como ve, aquí no hay nada talado ni morichal tumbado, el objetivo es no entrar en conflicto con los indígenas"¨, explicó Zennén Ruiz, quien vive en Lomas de Akurimá, un urbanismo edificado a partir de una invasión al pie del pequeño tepui que constituye el límite norte de Santa Elena, pero está en Brisas de Dios por su hija de 22 quien ya tiene un hijo y sigue viviendo con sus padres.

Desde que se fundó Brisas de Dios, en las calles y en la radio, se dice que se trata de gente "de afuera¨, que no residía en la Gran Sabana, que "son un montón de malandros", que "ya están vendiendo las parcelas", que "un .¨pedacito de 15 por 30 cuesta 150 mil bolívares", que "las propias autoridades promueven las ocupaciones para sumar votos", que "en la Guardia Nacional dijeron que no disponían de efectivos suficientes para desalojarlos”. Se dice de todo.

"Eso es pura mentira, refuta Zennén, lo dicen para ganar apoyo con la comunidad indígena". Su hija creció en Santa Elena, Randy Ruiz, su hermano en Cristo  y su mujer llevan cinco años en el municipio y el vecino se vino definitivamente en diciembre, desde Ciudad Bolívar, para estar cerca de la familia.

Zennén y el vecino son constructores, Randy es taxista; en la comunidad hay vendedores de empanadas, heladeros, feligreses de cuatro iglesias evangélicas distintas, católicos, mineros que pasaron toda una vida metidos en un corte, de fracaso en fracaso y siete indígenas, que emigraron desde sus comunidades de origen o decidieron apartarse de las estrictas normas de sus familias.

Pero admite: "Yo no los he visto, pero si hay armamentos, yo no los he visto, pero si hay delincuencia. Hay cosas que escapan de nuestras manos".

En todo caso, “en donde abunda la desgracia, así también la palabra de Dios”.

“No se está invadiendo para acaparar, es por una necesidad”, aclara con respecto a otra de las bolas que corren por ahí.

A Randy, por ejemplo, nadie aceptaba alquilarle porque tiene cinco hijos, el más pequeño de apenas cinco meses.  Por cuotas, pagó por un terreno 100 mil bolívares. Cuando canceló el total, le subieron el precio a 200 mil. Recuperó el dinero de cinco en cinco de 10 en 10. Terminó viviendo en una habitación de cuatro por cuatro en casa de una de sus hermanas de la iglesia. Otros vecinos vivían en hoteles en donde pagaban por día.

“La gente cae en este tipo de lugares porque es muy difícil alquilar”, argumenta Ana María Sánchez, una mujer que cuida del rancho de su hija, hecho de dos láminas de zinc a manera de carpa, mientras que la muchacha y el marido salen a buscar a sus niños que están en la escuela, a trabajar, a hacer la compra.

Mas Zennén se asombra de que aquella barraca de dos por dos, la de paredes de latón azul, sobre una parcela de 12 x 12, haya sido vendida en 150 mil.

“El alcalde se ha reunido con los capitanes indígenas, pero con nosotros no se ha reunidos. Sólo nos visitó un capitán del Ejército (…) A nosotros nadie nos organizó, nosotros mismos nos organizamos”, dice Zennén.

“Yo, como invasor, no estoy de acuerdo (con las invasiones) porque es algo que se hace como a la fuerza. Pero hay una excusa primordial que es la vivienda”, reflexiona Zennén a pesar de su condición.



lunes, 13 de abril de 2015

A Yunek en bicicleta

Yunek es una comunidad indígena pemón, amurallada por los tepui de la cordillera central, en el corazón del Parque Nacional Canaima. Se trata de un sitio tan recóndito que ni siquiera la mayoría de los nativos conoce. Para llegar allá hay que cruzar, navegando, media docenas de ríos de mediano y gran caudal, lo que impide realizar la travesía por tierra. Por eso, el acceso suele ser aéreo, caminando o como en este caso, en bicicleta. Fotografía de Gabriel Torres, intervenida por Tewarhi Scott



A Yunek se puede llegar por aire, pero el pasaje de ida o de vuelta cuesta 10 mil bolívares o más. La avioneta, que sale desde Santa Elena de Uairen, si hay pasajeros, no se mueve por menos de 50 mil.

Yunek es una comunidad indígena pemón, amurallada por media docena de tepui, en el centro del Parque Nacional Canaima, en un sitio tan recóndito que ni siquiera la mayoría de los nativos conoce.

Ricardo Capriles, Gabriel Torres,  y Tewarhi Scott hicieron el recorrido en bicicleta. Tres días para ir y dos días más para regresar. Se propusieron conocer la ruta y llevar turistas, pocos, sin excesos, sin basura, con conciencia. Pero hacerlo en carro resulta prácticamente imposible por los ríos que hay que cruzar.

Este es el relato de viaje de Tewarhi Scott, un no indígena nativo de Peraitepui, a 40 kilómetros de Santa Elena, quien al dejar atrás los territorios a donde llegan las carreteras de tierra se dio cuenta de que apenas conocía la Sabana que lo vio nacer. “Ante Yunek, Roraima palidece, palidece”, repite.

La noche anterior distribuyeron sus equipajes: comida, utensilios de cocina, primeros auxilios, una cámara, hamacas, sacos de dormir y una o dos mudas de ropa por cada uno de ellos.

Día 1
Corría el último lunes de enero. Subieron las bicis, los morrales y los paquetes a la parrilla sobre el techo del rústico que contrataron y comenzaron la travesía.

Para ir a Apoipó se toma la carretera que conecta la Troncal 10 con las comunidades sobre el eje que lleva a El Paují e Ikabarú. El asfalto termina en Akurita, a no más 30 kilómetros de Santa Elena, la capital del municipio Gran Sabana en el sureste profundo de Venezuela.

Desde Akurita restan poco menos de hora y media de grietas, peñascos, grava roja, polvo indomable en verano y a un lado y al otro la selva, eventualmente transgredida por una mina o un saque de granza, un ejército de árboles siempre al acecho como tratando de emboscar a aquella vía tan ajena.

No todos los choferes van a Apoipó, el camino es malo y la pendiente que sube y baja antes de llegar a la comunidad es aún peor -pronunciada, escabrosa, arcillosa, resbaladiza apenas se moja- pero William los llevó sin retrasos hasta el puerto sobre el Kukenán.

Apoipó es una comunidad indígena ubicada muy cerca de la desembocadura del río Surukún sobre el Kukenán. Hasta hace poco más o poco menos de una década y media, los de Apoió se dedicaban al conuco, a la caza, a la pesca, pero luego comenzó a crecer la mina, a escasos kilómetros del pueblo.

La mayoría de sus 980 habitantes son adventistas, todos deben cumplir con estrictas normas de comportamiento y, por supuesto, guardar el sábado desde que sale el sol hasta su ocaso.

Ese día de enero, el boquete sobre la sabana alcanzaba un espacio de al menos cuatro kilómetros. Nada de capa vegetal, sólo arena y aguas estancadas. Al menos nueve equipos mineros disparaban sus chorros contra el suelo en donde se esconden el oro y el diamante.

Un kilómetro y medio más allá de la mina consiguieron el puerto sobre el Kukenán, cruzaron navegando unos minutos río arriba y desembarcaron.

Rodaron cerca de 30 kilómetros, a ratos bajaban y a ratos comenzaban a subir. Les llegó la noche. “Cuñao, cuñao”, gritaron desde la orilla del río con cuyas aguas lodosas volvieron a toparse. Los pemón suelen llamarse entre ellos “yesé” es decir cuñado. En la margen opuesta, brillaban las bombillas de Pampatá Merú y sonaba el run run de las plantas eléctricas.

A pesar del ruido, los escucharon, los cruzaron en kuriara y con linternas. Al descender, ya estaban en Pampatá Merú, una comunidad indígena compuesta por 420 personas, ubicada muy cerca del sitio en donde el Kukenán se une al Aponwao. Alguien les alquiló su cocina y allí cocinaron, devoraron la cena más deliciosa del mundo, colgaron las hamacas y cayeron rendidos.

Día 2
“Ese, el de Pampatá Merú, es el amanecer más bonito que he visto.”, recuerda Tewarhi. De acuerdo con la fotografía de aquel instante, la palabra para describirlo tiene que ser sublime, nada de dramatismos, un arco naranja sobre el horizonte y una franja agua marina sobre el resto del cielo.

Al día siguiente, se dieron cuenta de que el fogón estaba armado sobre varias turbinas mineras. Algunos lugareños trabajan en balsas, empleando el llamado método ecológico, pues sólo remueven el lecho del río, no tocan la sabana y las corrientes se encargan de regresar el material a su lugar.

Se deslumbraron ante el amanecer, desayunaron y nuevamente echaron a andar una pica trazada sobre un terreno que parecía de material ferroso. Lo llamaron el bosque de hierro. 

Se toparon con tres carros que hace tiempo llegaron a estos predios y con varias motos chinas pilotadas por hombres pemón. Alguna vez, esos carros debieron cruzar los ríos sobre chalanas hechas de tambores.

En estos confines, el litro de gasolina cuesta entre 350 a 500 bolívares, mientras más lejos más sube el precio del combustible y lo mismo sucede con los cruces de río, con la farinha, con el casabe, con el pescado, con los cigarrillos, con los refrescos y con todo lo demás.

A dos kilómetros de la comunidad, cruzaron el Caroní, producto de la unión reciente del Kukenán, que se desborda a través de un rápido y el Aponwao, que lo recibe en su lecho ancho y apacible.

La corriente separa a las zonas no protegidas de las áreas resguardadas por las leyes. Del otro lado del cauce, los tres comenzaron a pedalear sobre las sabanas del Parque Nacional Canaima, un espacio declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.

Cuando el sol se colocó en vertical sobre sus cabezas, los ciclistas se toparon con el Da Merú, un salto que parece un velo, un tul tejido por miles de diminutos hilos de agua y abajo una poza extraordinaria.

Esa tarde, llegaron al paso del Wonkén, el río cuyas aguas dan también electricidad a la comunidad en donde se encuentra una de las misiones católicas más antiguas de la Gran Sabana (1957).

Afortunadamente, lograron cruzar junto a las bicicletas caminando sobre las piedras. En pemón won es el nombre de una especie de alga, una pelusa vegetal picante y ken es el vocablo alusivo a la confluencia de dos ríos. Wonken significa confluencia de los ríos en donde hay pelusas picantes.

Eran como las cinco, las mujeres del pueblo estaban lavando, les advertían que podían caerse y se reían.

Esa noche durmieron en Wonkén, les prestaron el local (de media pared) en donde la comunidad hace sus asambleas y cocinaron en la casa de una de las maestras, se deleitaron con el menú, colgaron sus hamacas y cayeron hasta el día siguiente.

Día 3
Despertaron con vista al Apaurai, un tepui  conocido como la urna, un féretro descomunal que a esa hora comenzaba a mostrarse de entre las nubes.

Gabriel agradeció a los niños de Wonkén con un acto de malabares. Lo observaron boqui abiertos.

A eso de las 6:00 AM. sonó una campana y buena parte de la comunidad, en total en Wonkén habitan 1200 personas, se dirigió al templo, una especie de churuata de techo octogonal, hecha de piedra blanca, con ventanas y puertas de madera. Cerraron herméticamente.

Estas jornadas de oración se repiten varias veces al día, en cada oportunidad, de varias horas de duración, rezan, cantan y danzan. Todos están convocados, pero quien entra no puede salir hasta que la reunión se dé por culminada.
Después de desayuno, a eso de las nueve, reiniciaron el recorrido rumbo al noroeste, hacia Wonkén viejo. Se internaron en la sabana por una pendiente de arena blanca. Atrás quedó el Apaurai.

Wonkén viejo, que ya existía antes de la llegada de los misioneros, es una comunidad, aparentemente deshabitada, de al menos 10 casas dispersas. A lo lejos avistaban el Adankasimá, el Upuima y el Akopán, un enorme cerro en donde los pemón ubican la leyenda de Amuchimá, el águila comedora de hombres.

Al pasar Wonkén viejo, se toparon con el río Karuai. Llamaron nuevamente. Cuñao, cuñao. Los cruzaron en dos kuriaras, embarcaciones hechas de un solo tronco movidas a remo, una pequeña pilotada por un niño y otra apenas más grande conducida por un hombre adulto.

Entonces, después del Karuai, se internaron en una Gran Sabana diferente, absolutamente prístina, desolada. Al menos a Tewarhi no le costaba esfuerzo imaginarse al Amuchimá viniendo por ellos.

El Adankasimá, el Upuima y el Akopán se veían cada vez más cerca; en Kamadaken, creyeron que ellos eran los médicos, que habían anunciado su visita y les decían “medicina, medicina”. Cruzaron el río nuevamente en kuriara y entonces se encontraron en un valle poblado de bromelias tubulares, orquídeas y arbustos de hojas grises y al fondo la cara sur del Akopán y su cima de enormes piedras sobre puestas, aparentemente inexplorable.

El humo de las cacerías les sirvió de referencia. Llegaron a Yunek con el atardecer, que en la Sabana se da como a las cuatro y media de la tarde, el cielo estaba despejado.

Se presentaron a la comunidad. Les ofrecieron la escuela para que se quedaran. Los niños ven pocas clases por allá. No tienen muchos materiales.

En Yunnek, entre la comunidad en sí y los alrededores habitan 120 personas. Sus casas están hechas de bahareque o tabla con techos de paja o metal. Viven de la agricultura tradicional, la caza, la pesca y la recolección de gusanos, bachacos, grillos y frutos silvestres.

Tewarhi cuenta que tienen un templo sencillo con mensajes alusivos a la condición femenina de dios, a la mujer como fuente de vida, a la mujer como ser intocable.

Sólo dos motos chinas y un par de plantas de dos tiempos perturban de vez en cuando el silencio.

En pemón Yunek es un adjetivo que sirve para describir algo tan picante como el aji.

Antes de los ciclistas, una pareja de norteamericanos llegó a Yunek por aire para escalar el Akopán. Lo escalaron dos veces. Por la ruta que escogieron, tardaron de la base a la cima 14 días y alrededor de la mitad del tiempo para descender.
Yunek es cada vez más conocido entre los aventureros de Europa y Estados Unidos. Desde el tepui que da nombre a la comunidad cae el salto más alto de Venezuela, aunque casi nadie lo conozca. Tiene 1012 metros de altura. El Salto Ángel tiene 976 metros.



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