Gran Sabana no postal

Mi madre siempre dice que vivo "en el fin del mundo". Yo vivo en la Gran Sabana, en el sureste extremo de Venezuela, en un sitio tan distante
y tan distinto que hasta se me ocurrió quedarme a vivir. Los invito a conocer esa Sabana que experimento en mi cotianidad: la Gran Sabana no postal.

martes, 4 de junio de 2013

Huellas de gigantes






Arriba, la vegetación apenas permite ver el piso empedrado, pero, entre la maleza y los arbustos, surgen enormes hundimientos y huecos, ojos, que dejan mirar hacia el río. Fotos: Milan Andjelkovic

Y pensar que muy probablemente, Makunaima, el gigante, cruzó sobre este puente.

Makunaima es el protagonista de muchas de las leyendas del pueblo pemón, habitantes ancestrales de la Gran Sabana, del sureste extremo de Venezuela.

Se habla de él en singular o en plural. A veces de Weruwarek, el mayor. A veces, de Chiké, el menor. A veces, de sus andanzas a dúo. Casi nunca de las mujeres. Se sabe que eran los hijos de Wei, el sol con la mujer de Kakó, de jaspe. Seres hechos de sol y de jaspe.

Desde abajo, el paso de piedras que lleva de un lado al otro del río de aguas oscuras es perfecto: enormes bloques de roca gris sellados uno contra otro por bejucos, raíces, tierra. Un arco macizo anclado en los extremos sin riesgo de caer sobre el lecho rocoso.

Arriba, la vegetación apenas permite ver el piso empedrado, pero, entre la maleza y los arbustos, surgen enormes hundimientos y huecos, ojos, que dejan mirar hacia el río: aparentemente, huellas de gigantes.

En todo caso, se dice que los Makunaima eran una casta de seres descomunales, intrépidos, errantes, los pemón que “en el tiempo anterior” anduvieron la Sabana derribando árboles mitológicos, pisando y a su paso abriendo en dos enormes cerros, haciendo perros de cera para que les asearan su casa de desperdicios, detonando en pedazos a la vieja sapo.

Siglos más tarde, los habitantes de San Antonio del Morichal, comunidad pemón fundada aproximadamente en 1954 sobre territorio venezolano, pero apenas a un paso de gigante de tierras brasileras, descubrieron el puente Makunaima.

Entonces, no lo visitaban; la energía del sitio y esa llovizna que los rociaba apenas llegaban les indicaban que era ese un lugar sagrado. Más tarde, la mina lo profanó y, después, llegamos los turistas, pero sólo los más curiosos; la mayoría no se aventura a ir tan lejos y menos a lugares solitarios y sin inmensas caídas de agua. Un domingo de marzo fuimos cinco.

Al final, se dice, los Makunaima pisaron, una vez más, sobre las rocas del puente y viajaron hacia Remonotá, hacia las llanuras del Río Branco, en Brasil; en sus playas fluviales, de arenas amarillas, se extraviaron sus huellas de gigantes.
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