Gran Sabana no postal

Mi madre siempre dice que vivo "en el fin del mundo". Yo vivo en la Gran Sabana, en el sureste extremo de Venezuela, en un sitio tan distante
y tan distinto que hasta se me ocurrió quedarme a vivir. Los invito a conocer esa Sabana que experimento en mi cotianidad: la Gran Sabana no postal.

martes, 27 de septiembre de 2011

Infierno en el paraíso


En Santa Elena no hay matadero, pero se benefician animales para el consumo humano (Fotografía de Morelia Morillo).
Un cachorro famélico, las cabezas de tres vacas, muchos perros más matando el hambre, millares de moscas y cientos de zamuros. Ahora, estas sabanas de la comunidad indígena pemón de Santa Teresa más que a un paraíso se asemejan a la quinta paila del infierno. A esa de las maldiciones y los temores populares. Hay humo y  huele a plástico quemado.

Santa Teresa está ubicada a escasos 15 kilómetros de Santa Elena de Uairén, la capital de la Gran Sabana y a cinco del puente Kukenán, un paso sobre el río de aguas lodosas que marca el lindero sur del lado oriental del Parque Nacional Canaima, en la Gran Sabana.

Desde hace un par de años, la Alcaldía del Municipio Gran Sabana, el último en el sureste extremo de Venezuela, mudó a Santa Teresa el relleno de basura, que se encontraba en la comunidad de Maurak, igualmente bella, boscosa y prístina. La mudanza obedeció a la inauguración del Aeropuerto Internacional. Es sabido que los aviones y los zamuros no pueden compartir.

Entonces, no faltaron los reclamos, las advertencias. Ante la resistencia, la Alcaldía llegó a un acuerdo con la comunidad indígena, hizo valer su autoridad para deponer los desechos sólidos de sus cerca de 20 mil ciudadanos y garantizó que los manejaría de la mejor manera.

Luego, hace ya algunas semanas, se dañó una de las máquinas asignadas al relleno y la otra fue a apoyar los arreglos urgentes de una súper falla sobre la troncal 10. Dejaron de abrirse y de rellenarse las terrazas, tan pronto como el colector (hay uno sólo para todo el pueblo) suelta su inmunda carga y esta sabana, que era un paraíso, terminó convertida en un infierno.

A través del programa de Ramón López, líder indiscutible de la radio local y ahora precandidato a alcalde ante la Mesa de la Unidad, los usuarios denuncian que hay indígenas hurgando en las montañas de basura en busca de huesos o pedazos de carne para hacer el tumá. El tumá es el consomé típico de los pemón. Se hace con presas de báquiro, de danto, de pescado. En todo caso, con mucho ají y una pizca de sal.

Hoy es domingo, ya pasó el medio día, y apenas un hombre y su mujer perturban las andanzas de los zamuros, de los perros y de las moscas. Él es Aquiles Fernández, descendiente de Lucas Fernández Peña, el fundador de Santa Elena de Uairén, al menos según la versión criolla. Ella es su mujer.

A él, que habita esta sabana desde siempre, la Alcaldía le encargó la vigilancia. Ella lo ayuda porque, hace un rato, media docenas de niños pemón vino en busca de juguetes y provocó una diáspora de papeles y plásticos. Él está indignado, no puede creer en lo que se convirtió el patio de su casa.

Ya en la mañana, a las seis, un anciano pemón cargó su inmenso guayare con presas de todo tipo y se las llevó para hacer el tumá. Aquiles cuenta que le advirtió el riesgo que corre, pero el anciano lo descartó. La candela mata todo razonaría y la quinta paila del infierno sigue hirviendo.

martes, 6 de septiembre de 2011

PsicoTaxi con vista al Roraima


Por la Troncal 10, rumbo al Kukenán marcha el Psicotaxi.

L es catalán por nacimiento y psicólogo de profesión. Llegó a la Gran Sabana hace algunos años y, casi de inmediato, dejó de ser turista para ser inmigrante.

Días más tarde, comenzó la construcción de un campamento eco turístico en una de las montañas aledañas a Santa Elena de Uairen, la última ciudad venezolana hacia el sureste profundo.

Pero, además, L conduce el PsicoTaxi, como ya lo hiciera uno de sus colegas en las calles y avenidas de Barcelona, España. Valga la confesión.

A diario, L recorre Santa Elena con su calcomanía de Taxi prendida al parabrisas de su Mitsubishi Montero. Sin embargo, en su tarjeta de presentación, no ofrece el servicio de transporte mas sí “Consulta y Orientación Psicológica”.

D cuenta que acudió a L agobiado por el mal de amores y se bajó del carro con la determinación de ser un empresario exitoso. A varios meses de su última sesión, D sigue lamentando aquella pérdida, pero se le ve próspero al frente de su negocio y lleno de proyectos.

Previa cita, L sube a bordo a su pasajero, paciente y se enrumba hacia la Sabana, hacia el puente sobre el río Kukenán, hacia el sector oriental del Parque Nacional Canaina, a escuchar despechos, confusiones, tormentos, confesiones. En este paraíso, la gente vive lo que en cualquier otro lugar del planeta. En veinte minutos, el psicólogo y su paciente estarán de vuelta hasta completar los cuarenta minutos estipulados.

En caso de que sus orientaciones no sean efectivas, pensará L, seguramente lo serán las vistas de la Sabana, su aire fresco, sus caídas de agua convertida en espuma, sus cortinas de lluvias corredizas, sus arcoíris de 180 grados sobre aquella inmensa bóveda celeste, sus morichales, sus atardeceres naranja-rosa, Roraima, el gran verde azulado.  



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